Cristóbal toma la palabra para exponer su posición: es la Ilustración la que nos despierta respecto de la historia; el pasado es una cosa y el presente otra. Winckelmann en el siglo XVIII establece las categorías de lo heredado, y las bases del concepto de salvaguarda del mismo, introduciendo disciplinas, como la Historia del Arte o la Arqueología. Desde entonces se desarrollan, a partir del siglo XIX, las actitudes diversas para la protección de los monumentos antiguos, salvaguardando éstos para las generaciones futuras. Esto llevaría consigo que a partir de entonces ya no deberían ser posibles actitudes, como ocurrió en el Renacimiento, que ocultaran los monumentos medievales, algo que llegó a hacer León Bautista Alberti en el templo Malatestiano de Rímini o Palladio en la Basílica de Vicenza.
Durante el siglo XIX las teorías que se desarrollaron para la restauración arquitectónica giran desde la completa reconstrucción de los monumentos, como las que realizó Viollet le Duc, al respeto máximo por los mismos – aún en un estado de ruina – como defendía John Ruskin.
En todo caso, la evolución del concepto de salvaguarda y protección de los monumentos no admite reconstrucciones, hoy, como las practicadas en el siglo XIX y, en general, tampoco adiciones notables que sustituyeran elementos notorios del monumento, sean estos remates, puertas o vidrieras…, por decir algunos. La propia Ley del Patrimonio Histórico Español no permite la reconstrucción de los monumentos, como no fuera con elementos originales (anastilosis) en un artículo, por otra parte, controvertido.
No obstante, no cabe duda de que merece la pena buscar la forma de revitalizar los monumentos que podríamos llamar “muertos”. Son aquellos que perdieron totalmente su función original y aquí cabría analizar cada caso, al modo en el que se realizan determinadas evaluaciones de carácter medioambiental.
Por poner un ejemplo singular de un reconocido monumento de la modernidad, declarado Patrimonio Mundial y, por alejarnos de la catedral de Burgos, podemos analizar el ejemplo de la casa Schroeder de Rietveld como obra completa y acabada en sí misma, diferente de una obra evolutiva como la catedral de Burgos, ¿Podríamos pensar en realizar una propuesta artística para modificar sus carpinterías o sus colores?
Elena se refiere a un artículo de Ignacio Echevarría que reflexiona sobre la “caducidad de los problemas” citando para ello a Paul Valery y André Gide. Argumenta Elena, que muchos problemas, incluso de gran calado como las guerras de religión o la esclavitud, ahora no lo son; de hecho, si en el tránsito del siglo XIX al XX con una sociedad mucho más estática que la nuestra fue así, en este presente y aún más en el futuro inmediato, social, económica y culturalmente mucho más dinámico, cabe casi asegurar que los “problemas” como el que nos ocupa y que nos agobia, ya no lo serán. Afirma, consecuentemente, que el criterio, tan extremadamente radical, de actuación en el patrimonio y más aún, referido a las puertas de la catedral de Burgos, es un criterio obsoleto y precisamente contra la historia entendida como huella viva del tránsito humano a través de los tiempos.
Andrés Perea abunda en esta postura y denuncia que lo que sostiene el criterio de las instituciones, tan radical, tiene su fundamento en el carácter prescriptivo de la normativa, heredado culturalmente del Código Napoleónico, que consiste en articular prescripciones reduccionistas que obliguen a todos, por el “terror a los desmanes probables. Cristóbal asiente aclarando que no ocurre lo mismo en el ámbito británico, en el cual la tradición normativa es prestacional, y según ésta, procede considerar caso a caso. Andrés señala que esta cultura prestacional solo es posible cuando la parte institucional cuenta con interlocutores competentes capaces de discernir criterios adecuados a cada caso.
Efectivamente esa es la cuestión. ¿Qué sentido tiene que uno de los objetivos prioritarios de la reconstrucción de la cubierta de Notre Dame París sea la aguja que incorporó Viollet le Duc, como elemento prioritario a restaurar, cuando, si se quisiera construir ahora no sería permitido en absoluto?
Cristóbal abunda en la radical posición de las instituciones interesadas según cuya normativa todo lo que se encuentra vinculado al monumento goza de la misma protección, sean cuadros, lámparas, muebles u otros elementos.
Perea cita sus experiencias en restauración o rehabilitación de actuaciones sobre el legado histórico, como el del hospital de Maudes, el Consejo de Estado, el Hospital de Santiago en Úbeda, etc. En ellos se han aplicado soluciones de nuestro tiempo a problemas constructivos, funcionales o ambientales. En cada caso se han resuelto adecuadamente los problemas tanto de la restauración como de la rehabilitación de estos monumentos. Seguidamente, Perea se refiere a las “Puertas del Paraíso” de Ghiberti en el siglo XV para el Baptisterio de Florencia, que no solo se aceptaron por toda la sociedad de la época, sino que incluso supusieron un puente para el tránsito al Renacimiento.
Los edificios llamados “muertos” tendrán que ser capaces de adaptarse a la evolución de la historia y al paradigma de la complejidad del siglo XXI, porque no se pueden quedar atrás en la adaptación de nuestro medio al paradigma ecológico que necesite de intervenciones más drásticas que unos elementos mueble de carácter reversible. Cuando las necesidades de ahorro energético demanden intervenciones en todos los edificios ¿no deben de ser también los edificios protegidos pertenecientes al Patrimonio ejemplares en una adaptación sostenible o seguirán siendo edificios muertos sin posibilidad de cambio?
Cristóbal ha añadido que, según se ha publicado, el conjunto de la planta baja corresponde a una reforma de finales del s. XVIII, incluidas las puertas que son de madera maciza de olmo con singulares aldabas con forma de león. La reforma citada forma parte de la historia y evolución del monumento y considera que con la propuesta episcopal el conjunto se ve alterado por la escala enorme, sobre todo del rostro de Dios Creador que se propone para la puerta principal y que se impone sobre el resto de la icnografía y proporciones características de la fachada principal de la catedral. Asimismo, este proyecto supone una imposición sobre el espacio público del entorno protegido de la catedral.
A lo dicho replicamos en este debate confirmando nuestra posición y mostramos el magnífico ejemplo de la pacífica y hermosa convivencia entre tradición y modernidad con las vidrieras de Chagall en la Iglesia de San Esteban en Mainz, Alemania